Por Edgardo Mancía y Merlina Gutiérrez Blaiotta

La primera vez que escuché sobre la inflación en Argentina fue cuando comencé a averiguar costos para inscribirme en una universidad de ese país. Me encontré con un concepto que, en ese momento, me resultó complejo: la diferencia entre los distintos tipos de cambio. No era lo mismo pagar con el dólar oficial que con el dólar blue. Un sistema complicado y enredado que, para los argentinos, era parte de su cotidianidad, pero para alguien que recién llegaba, resultaba un verdadero rompecabezas financiero.

En noviembre de 2021, cuando finalmente llegué a Argentina, el dólar blue rondaba entre los 190 y 220 pesos por unidad. Aunque ese no era el tipo de cambio oficial, la realidad económica del país estaba completamente regida por él. Cualquier cotización, desde una compra pequeña en efectivo hasta el alquiler de una vivienda, se calculaba en base al dólar blue.

 Los precios subían de manera gradual, aproximadamente cada tres meses. Mientras tanto, el valor del dólar blue también aumentaba, generando una dinámica de aparente estabilidad para quienes contaban con dólares en mano, pero un problema constante para los argentinos que ganaban en pesos.

Inflación interanual en Argentina (2020-2023)

  • 2020: 36,1 %
  • 2021: 50,9 %
  • 2022: 94,8 %
  • 2023: 211,4 %

Salario mínimo en Argentina por año (ARS y USD)

  • 2020:

    • ARS: 20.587,5 (diciembre)
    • USD: 253,2 (según tipo de cambio oficial)
  • 2021:

    • ARS: 32.000 (octubre)
    • USD: 324,1
  • 2022:

    • ARS: 61.953 (diciembre)
    • USD: 370,4
  • 2023:

    • ARS: 156.000 (diciembre)
    • USD: 275,0 (aproximadamente, considerando devaluaciones)

Fuente INDEC

Estos datos reflejan el fuerte aumento de la inflación en los últimos años, así como el crecimiento del salario mínimo en pesos, aunque su valor en dólares se vio afectado por la devaluación del peso argentino.

El fantasma del ‘89 caminaba por Buenos Aires

Esa frase me llamó la atención cuando la escuché en los medios de comunicación a mediados de 2023, en un momento en el que la inflación alcanzaba niveles alarmantes. Argentina ha atravesado varias crisis inflacionarias, pero la hiperinflación de 1989 sigue siendo la más recordada. En ese entonces, la inflación superó el 3.000 % anual, llevando a un colapso económico y social.

Viendo noticias antiguas de aquella época, me sorprendió notar que los discursos y las quejas de la gente eran prácticamente los mismos que se escuchaban en la actualidad. Era como si el pasado se estuviera repitiendo, como si aquel fantasma volviera a acechar al país.

Adaptarse a un país con alta inflación no es fácil, especialmente cuando no estás acostumbrado. Los precios pueden cambiar de un día para otro de manera sutil o, en algunos casos, con aumentos bruscos que los comerciantes justifican como una «previsión ante la inflación». Esto genera una sensación de incertidumbre constante, donde el dinero en la billetera vale menos con cada semana que pasa.

Desde un punto de vista consumista, esta realidad se refleja en la dificultad para conseguir ciertos productos. No es raro que, de un día para otro, un artículo desaparezca del mercado o que su precio se dispare sin previo aviso.

Pero la inflación no solo afecta el consumo. Es una fuerza que moldea la vida cotidiana de las personas, desde la manera en que administran sus ingresos hasta la forma en que planifican su futuro. Ahorrar en pesos es una estrategia condenada al fracaso; quienes pueden, compran dólares, bienes o cualquier cosa que no pierda valor con el tiempo. Los alquileres se ajustan cada dos o tres meses, los sueldos quedan desfasados y el costo de vida se convierte en una carrera que muchos no pueden ganar.

Con el tiempo, entendí que la inflación no es solo un número en los informes económicos. Es un fenómeno que se vive en las calles, en las conversaciones diarias y en la angustia de quienes ven cómo su dinero vale menos con cada amanecer. En Argentina, la inflación no es solo una cuestión de economía, es un estilo de vida al que, tarde o temprano, hay que aprender a adaptarse.

¿Qué está pasando en la actualidad?

La llegada del presidente Javier Milei cambió las reglas del juego en la economía argentina. La desaceleración de la inflación ha sido motivo de celebración para el gobierno libertario, aunque es consecuencia de una recesión económica. Se apuesta por un ajuste macroeconómico para enfrentar la escalofriante suba de precios que los argentinos sufren en las góndolas de los supermercados.

Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) registró en enero de 2024 una inflación del 2,2 %, con una suba interanual del 84,5 %. Estos datos son los más bajos desde el período de 2020, a comienzos de la pandemia.

Desde esa perspectiva, el gobierno convierte la noticia en un logro político, pero no es más que un dato económico previsible si se observan los movimientos económicos de su gestión. Un sector de la población parece sentirse cómodo con estos resultados, como si ir al supermercado ya no fuera una travesía desalentadora al final del día. ¿Pero qué sucede si miramos otros índices y resultados?

La eliminación de subsidios al transporte público, con mayor impacto en agosto de 2024, puso el foco en el gasto público, provocando un aumento en la tarifa mínima de $371,13 pesos argentinos (aproximadamente 3 dólares), acumulando un incremento del 600 % desde el gobierno pasado. Esto generó una serie de protestas a nivel nacional, como el fenómeno del “molinetazo” en las estaciones del subterráneo. El costo de vida sigue en aumento para aquellos que necesitan transportarse diariamente entre sus hogares y trabajos, considerando la combinación de transportes que ello implica en muchos casos.

Por otro lado, el salario mínimo actualizado al mes de febrero de 2024 se establece en 292.446 pesos argentinos (275 dólares). A esto se suma un aumento del 2,3 % en la canasta básica familiar, lo que significa que una familia tipo con dos hijos necesita ganar $1.033.716 (1.098 dólares) por mes para no quedar bajo la línea de pobreza y $453.384 (481 dólares) para no ser indigente.

No tiene sentido analizar un dato económico de manera aislada. La inflación se ha tranquilizado temporalmente, pero el poder adquisitivo lleva años deprimido. Muchas personas eligen tener dos empleos para poder llegar a fin de mes. Los ingresos de los hogares no son capaces de seguir el ritmo de la inflación que arrastra el país desde hace mucho tiempo.

Los salarios subieron hasta septiembre un 181,9 % interanual, intentando alcanzar, sin éxito, una inflación del 209 % en el mismo período. Es decir, los ingresos experimentaron una caída de más del 27 %. Esto se refleja en la disminución del consumo de carne, el aumento de la luz y el gas en un 5,4 % (el doble del índice general) y en el peso que tienen los servicios, el transporte y el combustible en la economía de cada familia.

El éxito de un plan económico no puede determinarse sin considerar el impacto en todos los sectores.

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