No, de Pablo Larraín, cuenta la historia del plebiscito chileno de 1988 que podría poner fin a la dictadura militar de Augusto Pinochet.
En ese plebiscito, el pueblo chileno tenía dos opciones: votar “Sí” para extender el mandato del candidato único del gobierno, o votar “No” para convocar elecciones democráticas.
La película se centra en el desarrollo de la campaña propagandística por el “No”. En otras palabras, se enfoca en los modos que encontró la sociedad chilena para vencer el miedo sembrado durante 15 años de régimen autoritario.
La trama: el poder de un mensaje
Pinochet se sentía seguro de tener una ventaja indiscutible, basada en tres argumentos: el repunte de la economía chilena, la aparente seguridad ganada durante la dictadura y el miedo a la izquierda radical.
La primera reacción de la oposición chilena es rechazar la convocatoria y considerar la abstención. Pero las negociaciones resultan en un acuerdo de condiciones mínimas que representan al menos una pequeña oportunidad para los opositores.
El gobierno garantiza 15 minutos diarios de franja televisiva durante un mes. En ese tiempo, ambas opciones deben presentar sus campañas. Este es el único espacio con el que cuenta la oposición para hacer algo al respecto y enviar un mensaje con libertad.
Ante circunstancias tan adversas, la oposición decide buscar la asesoría de publicistas expertos. Es así como entra en escena René Saavedra (Gael García Bernal). Un político democristiano, José Tomás Urrutia (Luis Gnecco), trata de persuadir a Saavedra para que dirija la campaña por el “No”. Urrutia invoca el recuerdo del padre de Saavedra, su amigo personal, quien vivió exiliado en México junto al joven.

Desde que Saavedra había regresado a Chile, trabajaba como publicista junto a Luis “Lucho” Guzmán (Alfredo Castro) en una agencia. Lucho teme la propuesta de Urrutia y trata de hacerle ver a Saavedra que arriesga innecesariamente la estabilidad y el bienestar económico que ha ganado al no involucrarse en asuntos políticos. Sin embargo, Saavedra acepta el reto por el “No”, mientras que Luis Guzmán asume la dirección de la campaña por el “Sí”.
El “No” debe mostrarse como un paso hacia la alegría, una oportunidad de futuro posible, y no desde un enfoque crítico acerca del pasado o el presente de un Chile desigual. En otras palabras, Saavedra aplica en la campaña política los mismos criterios que para la venta de un producto de consumo.
La campaña parece casi la promoción de una gaseosa. Saavedra presenta finalmente el eslogan: “Chile, la alegría ya viene”, y manda a componer un jingle en lugar de un himno. Propone, además, el uso de un arcoíris cuyos colores representan las tendencias de los 17 partidos de oposición.
Durante la campaña, las diferencias se hacen evidentes: mientras el gobierno se basa en el miedo a perder los logros obtenidos, la oposición muestra una esperanza alegre y vivaz. El gobierno, enfurecido, contraataca criticando la campaña del “No”.
La última transmisión de la campaña contó con el apoyo de artistas internacionales como Jane Fonda, Christopher Reeve y Richard Dreyfuss.
Pablo Larraín y su visión de Chile
Larraín decidió rodar esta película con una cámara de vídeo UMATIC de 1983, con el fin de darle una mayor sensación de proximidad histórica y documental a la historia.
El filme despertó en el ambiente las polémicas adormecidas en Chile y dio a conocer el problema a los hijos de las siguientes generaciones desde un enfoque muy particular, resaltando cómo el cine puede ser un canal para impartir un mensaje y mostrar a quienes no vivieron ese momento histórico cuáles son las bases de las sociedades actuales.
En definitiva, el cine actual necesita más películas como esta, que brinden un poderoso mensaje social.