La devoción del pueblo hondureño hacia su Patrona, la Virgen María Nuestra Señora de Suyapa, ha crecido en extensión y profundidad a lo largo del tiempo. Desde el hallazgo de la milagrosa imagen en 1747 hasta la reciente elevación del Santuario de Suyapa al rango de basílica menor, los católicos hondureños se sienten cada vez más cercanos a su “Morenita”.
Orígenes
Según la tradición más difundida y la versión oficial de la Iglesia Católica en Honduras, el origen de esta advocación mariana se remonta al día en que un joven labrador, Alejandro Colindres, acompañado por un niño de ocho años llamado Jorge Martínez, se dirigía a la aldea de Suyapa, al noroeste de Tegucigalpa, después de una ardua jornada de trabajo en la cosecha de maíz. Al caer la noche, decidieron descansar en la quebrada del Piliguín. En la oscuridad, Alejandro sintió que un objeto, aparentemente una piedra, le impedía acomodarse. Lo tomó y lo arrojó lejos.
Al recostarse nuevamente, volvió a sentir la presencia del mismo objeto. Intrigado, decidió guardarlo en su mochila. Con la luz del amanecer, descubrió que se trataba de una imagen de la Virgen María y decidió llevarla al altar de su familia, donde fue venerada hasta que, veinte años después, tras el primer milagro atribuido a la intercesión de la Virgen bajo esta advocación, se reunieron fondos para construir una capilla que fue terminada en 1777.
La pequeña escultura, de madera de cedro, mide apenas seis centímetros y medio de altura. De tez morena, su rostro es agraciado, ovalado, con mejillas redondas; nariz fina y recta, y boca pequeña. En los ojos se adivina algo de la raza indígena. La cabellera lacia le cae, partida en dos, a ambos lados de la frente, hasta los hombros. Las diminutas manos, sin entrelazarse, se juntan suavemente sobre el pecho en actitud de oración. El ropaje pintado en la propia efigie es una túnica de color rosado que apenas asoma por el pecho, cubierta con un manto oscuro adornado con estrellas doradas. En ocasiones, es cubierta con otras vestiduras. Lleva corona sobre la cabeza y está enmarcada por un resplandor de plata sobredorada en forma de número ocho, rematado con doce estrellas.
En 1943, el administrador apostólico de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, Monseñor Emilio Morales Roque, decidió la construcción de un nuevo templo para la Virgen de Suyapa. La familia Zúñiga-Inestroza donó el terreno para tal proyecto. Fue el tercer arzobispo de Tegucigalpa, Monseñor José de la Cruz Turcios y Barahona, quien inició la construcción del santuario en 1954, durante la celebración de un año mariano en la Iglesia por el centenario del dogma de la Inmaculada Concepción.
Es digno de reconocer que Monseñor Turcios fue un visionario, ya que quiso que las dimensiones del templo fueran adecuadas para albergar a una gran cantidad de peregrinos, algo muy ambicioso para aquellos años. El lugar donde fue erigido es una zona donde habitan personas de escasos recursos, lo que realza la cercanía de la Santísima Virgen hacia sus hijos más necesitados. Todo se realizó con la ayuda de los fieles y el impulso de los tres últimos arzobispos para que sea, como desea el actual, una casa del consuelo de Dios para el pueblo hondureño, que sufre tanto las consecuencias de la violencia.
Para el historiador Edgar Soriano, la Virgen de Suyapa ya forma parte del patrimonio histórico de los hondureños; la identidad que muchos encuentran en esta tradición ha definido generaciones completas.

“Pese a que ha habido la introducción de otras religiones, la Iglesia Católica y esta tradición de la Virgen de Suyapa suman un papel importante en el imaginario colectivo de un gran sector de la población”
afirmó Soriano.
Para el Padre Gerardo Vallecillo, quien ha sido parte de la Arquidiócesis de Suyapa, la Virgen es tan importante para los hondureños porque se mostró a los humildes, lo que la hace parte del pueblo hondureño y de aquellos de orígenes modestos.

“Nuestra Madre Santísima tiene un papel trascendental en la salvación; ella, en su inmensa bondad, también ha querido hacerse encontradiza entre estos dos labradores. Porque nuestra Madre no se le aparece a un rey, no se le aparece a un militar, sino a aquellos con esa característica que tienen los hondureños: humildad”
expresó Vallecillo.
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