Una vez al año, Centroamérica se convierte en el epicentro de las letras hispanoamericanas. Para una región históricamente marginada en el ámbito internacional, siempre en crisis y frágil en ideas, lo que ha logrado hacer el escritor nicaragüense Sergio Ramírez con el festival literario Centroamérica Cuenta es, sin duda, un hito.

Desde su primera edición en 2013, este encuentro se ha consolidado como un laboratorio creativo que ha reunido a cientos de artistas de todo el mundo para dialogar y reflexionar no solo sobre el arte de la ficción, sino también sobre el estado de la realidad. Fiel a su trayectoria política y literaria, Ramírez ha hecho de este festival una extensión de su compromiso con la región, algo que su exilio no ha podido borrar.

Este año, la Ciudad de Guatemala es el escenario donde más de 90 invitados internacionales debatirán sobre literatura, creación, cine, música y temas cruciales para Centroamérica: libertad de expresión, derechos humanos, migración, medio ambiente y la persistente desigualdad.

Sin embargo, como ya es costumbre, Honduras brilla por su ausencia en esta doceava edición. Con apenas dos representantes, la periodista Jennifer Ávila y el ilustrador Germán Andino, el país no tendrá presencia desde la literatura, el cine o la música. No es casualidad. Basta recordar que como muestra del desinterés institucional, no se ha ni reconstruido la Biblioteca Especializada en Arte, consumida por un incendio en 2017.

La ausencia hondureña parece reflejar la profunda crisis cultural que atraviesa el país, donde varios de sus autores emblemáticos se alinean con un gobierno que, en la práctica, ha hecho poco o nada por promover las artes y la cultura. Otros desarrollan su talento lejos del país. Y claro, a pesar de las dificultades, siempre resisten en el territorio nacional algunos intelectuales independientes.

Pese a la pírrica presencia hondureña, los temas del festival no nos son ajenos. La coincidencia de su inauguración con la detención arbitraria en El Salvador de Ruth López, una de las voces más críticas del gobierno de Bukele, enfatiza el acierto de Ramírez al ampliar el enfoque literario para analizar las amenazas que enfrentan las endebles democracias centroamericanas, si es que aún pueden considerarse así.  

Centroamérica Cuenta también demuestra que, pese a las dificultades del contexto y al desinterés editorial internacional, la región no solo produce migración o corrupción, sino varios narradores de calidad. Figuras experimentadas como el propio Ramírez, Castellanos Moya o Gioconda Belli se complementan con nuevas voces que construyen sus caminos. Este año, el festival rinde homenaje a Miguel Ángel Asturias, reivindicando la riqueza histórica de la región y ofreciendo un espacio para repensar nuevas narrativas en tiempos inciertos. 

Más allá del ámbito literario, el festival es también un llamado de atención a la comunidad internacional para que no ignore la realidad social y política de estos países, porque tras el fin de la guerra fría, los autoritarismos y abusos de poder en la región han dejado de despertar preocupación mundial. 

Como diría Vargas Llosa, la región vive «tiempos recios». La detención de López pudo haber sido el asesinato de un ambientalista en Honduras, el exilio de un fiscal guatemalteco, un nuevo escándalo de corrupción en Costa Rica o la aprobación de otra ley represiva en Nicaragua.

El festival no es ajeno a este contexto. Al contrario, es un espacio de altura para abordar, desde la literatura y el periodismo, las democracias rotas que afectan a más de cincuenta millones de centroamericanos.

Desde que la dictadura nicaragüense desterrara el encuentro en 2018 y al escritor tres años después, seguramente, Ramírez sueña con regresar algún día el festival a su país. Pero mientras el régimen Ortega Murillo siga normalizado a nivel mundial, su anhelo parece lejano. Tampoco Honduras o El Salvador ofrecen las condiciones, ni el interés, para albergar un evento que, desde la ficción o el periodismo, podría desnudar las costillas de sus propios gobiernos.

La literatura y el periodismo parecen ser más necesarias que nunca en la región. En el mundo entero. Pero, en tiempos donde la libertad de expresión está amenazada y la desinformación se ha vuelto la norma, ambas necesitan espacio y libertad para desarrollarse. Dos condiciones que, lamentablemente, escasean en Centroamérica.

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