Este relato tiene como fin contar una de esas situaciones peculiares que suceden en los viajes. Muchos viajeros conocen las locuras que pueden pasar con ciertas aerolíneas, ya sea por errores humanos o condiciones climáticas.
A finales de 2023, estaba preparando mi mudanza de regreso a Honduras. Vivía en Buenos Aires, Argentina, terminando mis estudios, y debía entregar el apartamento donde residía, además de hacer varios trámites tediosos. Entre ellos, estaba la búsqueda del boleto de avión. Tras mucho buscar, encontré una promoción por 500 dólares a través de una aerolínea. El itinerario era: salida desde Santiago de Chile, escala en Bogotá y llegada directa a Honduras. Me pareció excelente. Ya conocía Chile, tenía amigos con quienes quedarme, así que no vi mayor problema. Solo debía conseguir un vuelo económico de Buenos Aires a Santiago.

Justo en esos días, Netflix había estrenado la película La sociedad de la nieve, que relata el famoso accidente en los Andes. Yo ya había cruzado los Andes una vez, y no fue precisamente una experiencia agradable. Por eso, decidí no ver la película hasta llegar a Honduras. Entre amigos hacíamos chistes sobre la coincidencia, ya que nuevamente iba a cruzar la cordillera.

Todo fue bien al llegar a Santiago. Me quedé un par de días, me reuní con amistades, preparé mis cosas y, al tercer día, me fui temprano al aeropuerto. Hice los trámites normales de migración y de la aerolínea. Al abordar el avión, todo parecía en orden. Me acomodé, listo para dormir, y sentí cómo el avión se movía hacia la pista. Sin embargo, se detuvo. Pasó una hora y nada. Luego, nos regresaron a la puerta de embarque y nos bajaron. Eran las 4:00 p. m., y yo no podía retrasarme mucho más de dos horas, ya que tenía una conexión en Bogotá.
En ese momento, nos anunciaron que a las 7:00 p. m. darían novedades. Poco después, me llegó un correo notificando la cancelación de mi vuelo de conexión.
El drama no se hizo esperar. Comenzaron los reclamos de los pasajeros. Yo solo quería que me tragara la tierra. Ya me habían advertido sobre esa aerolínea, y era la primera vez que volaba con ellos. Algunos pasajeros tenían conexiones con otras aerolíneas que no asumirían ninguna responsabilidad. Recuerdo especialmente a una señora que volaba de Chile a Bogotá, luego a Los Ángeles y después a Tokio. Perdió todos sus vuelos. Otro pasajero debía llegar a Dublín, y también lo perdió todo. También de la chica que tuve una charla breve con ella donde me decía que con esta situación no iba llegar a tiempo al funeral de su padre, que era en una zona al interior de Colombia.
Yo estaba molesto. Además de la incertidumbre, había perdido mi cojín para dormir y no sabía qué iba a pasar.
Finalmente, a las 7:00 p. m. nos informaron que el vuelo saldría a las 4:00 a. m. Nos dieron tickets de comida (malísima, por cierto), y solo quedaba esperar. En ese tiempo conocí a dos personas de Colombia que venían desde Australia, de visitar a un familiar. Eran de Medellín. Empezamos a compartir experiencias, hablar de nuestros países y, por supuesto, quejarnos de la aerolínea que nos tenía varados.
Como buen viajero, me dormí un rato en el suelo del aeropuerto mientras veía pasar gente y vuelos. A las 4:00 a. m., finalmente abordamos… ¡en el mismo avión que supuestamente tenía la falla! A esas alturas, ya uno se resigna. Llegamos a Bogotá a las 7:00 a. m., hora local. Tuve la suerte de ir en la ventana y disfrutar las vistas impresionantes de las montañas alrededor de la ciudad.

Nos bajaron directamente en la pista y nos llevaron en un bus pequeño hasta la terminal. Allí me esperaba personal de la aerolínea con mi nuevo boleto: el vuelo a Honduras saldría hasta el día siguiente a las 10:00 p. m. También me dieron tickets de comida y alojamiento en un hotel cercano al aeropuerto.
Pasé por migración, que por suerte estaba vacía. Le conté al agente que había llegado “por accidente” a Colombia. Se rió y, muy amablemente, me dio una lista de lugares que podía visitar en la ciudad.
Fui a recoger mi equipaje, pero para mi mala suerte, solo apareció una de mis maletas. Al consultar, me dijeron que la otra ya había sido enviada a Honduras, pero no les creí. Insistí en que la buscaran porque no tenía sentido. Entonces les mostré una foto que había tomado al carrito de carga en Santiago, donde se veía mi maleta. Gracias a esa foto lograron encontrarla. Como se había cambiado el vuelo, también se modificaron los códigos de las maletas y por eso no la podían rastrear.

Salí del aeropuerto y me llevaron al hotel. Descansé un rato y luego pedí un Uber para ir al centro de la ciudad.
Al bajarme en el centro de Bogotá, me recordó un poco al de Tegucigalpa, pero más grande, con una gran variedad de locales, cafés y acceso fácil a museos.

La capital de Colombia se encuentra en el centro del país, en la región andina, a una altura de 2,640 metros sobre el nivel del mar. Tiene una población aproximada de 8 millones de habitantes, mucho tráfico, un clima frío parecido al otoño de Buenos Aires y un constante movimiento.
Para entrar a los museos solamente se debe llenar una encuesta en línea, y el acceso es gratuito. Como todo museo, cuenta la historia de Colombia, llena de cultura, conflictos y hechos que marcaron al país.
El Museo de la Moneda y el de Botero son los más famosos de la ciudad. Botero es célebre por sus pinturas exóticas. Anduve buscando una en particular muy famosa, pero me comentaron que esa pintura solo está en su museo de Medellín.

Durante mi caminata por el centro de la ciudad me sentía muy en casa. Existen muchas similitudes con Tegucigalpa. Al seguir recorriendo, tuve la oportunidad de entrar a sus iglesias y apreciar su arquitectura con estilos barroco, neoclásico y neogótico.


Mientras caminaba por las calles, pensaba en las situaciones terribles que enfrentó Colombia durante las décadas de los ochenta, noventa e incluso los inicios de los 2000. Hoy en día aún hay secuelas de todo aquello.

Al día siguiente realicé unos últimos recorridos. Aproveché para probar el famoso ajiaco y regresé al hotel para alistar mi maleta e irme al aeropuerto, que quedaba cerca.

Mientras esperaba en el hotel mi transporte, vi la noticia de la muerte de la senadora Piedad Córdoba. La recordé, ya que un año antes había sido detenida en Honduras por llevar 68 mil dólares en efectivo que no pudo justificar en aduanas. Luego la dejaron continuar su viaje, aunque el dinero se quedó en Honduras, y se le dio un plazo de 30 días para justificarlo correctamente.
Ya en el aeropuerto, me sorprendió lo tecnológico que puede ser El Dorado: el proceso de migración para extranjeros fue muy fácil y sus salas de espera, a mi criterio, superan a las de varios aeropuertos de Sudamérica.
Pasaron las horas y el vuelo de Bogotá a Palmerola fue bastante rápido. Logré llegar a casa sin problema alguno.
Esta fue una experiencia, en parte, sorprendente, en el sentido de que, al salir de Argentina, nunca pensé que iba a conocer Bogotá, aunque era un destino que tenía apuntado para visitar.

