La primera escena de El espejo muestra a un niño encendiendo un televisor. Más adelante, descubrimos que ese niño es Ignat, el hijo del protagonista, Aleksei. En la pantalla, un tartamudo recupera el habla mediante hipnosis. Al recibir la orden de una mujer, responde con firmeza: «Puedo hablar». Su rostro orgulloso es interrumpido abruptamente por los créditos iniciales.
A continuación, la historia nos traslada a una casa de campo —una dacha— donde una mujer se encuentra con un hombre extraño mientras espera a su esposo. Este encuentro parece anecdótico y desconectado del prólogo, pero la voz en off del narrador nos sitúa en el contexto: «Antes de la guerra, pasábamos los veranos aquí…». Estos primeros minutos establecen el tono de una película que dejó un legado imborrable y consolidó la figura de Andrei Tarkovski en la historia del cine.

Una trama no lineal e innovadora
En El espejo, un poeta moribundo de unos cuarenta años revive fragmentos de su pasado: su infancia, su madre, la guerra y momentos personales que se entrelazan con la historia de la Rusia soviética.
Se trata de una obra vagamente autobiográfica, de estructura poco convencional, en la que Tarkovski combina imágenes de noticiarios históricos con la poesía de su padre, Arseni Tarkovski. La narración se construye a partir de recuerdos fragmentados, utilizando diferentes gamas de color (blanco y negro, color y sepia), lo que refuerza su carácter onírico y subjetivo.
Más que una historia tradicional, El espejo es una exploración introspectiva de la memoria y la identidad. La película busca la verdad en la experiencia humana, pero lo hace desde una perspectiva elusiva. No existe una única interpretación, ya que los recuerdos, los sueños y las emociones se perciben de manera distinta según la vivencia de cada espectador.
Una obra maestra incomprendida
A pesar de ser una de las películas más personales y trascendentales de Tarkovski, El espejo fue su mayor fracaso comercial. La crítica oficial soviética la calificó de «elitista» y «poco comprensible», lo que dificultó su distribución y la convirtió en una obra marginada dentro de su filmografía. La frustración fue tal que Tarkovski llegó a considerar abandonar el cine.
Sin embargo, el tiempo ha reivindicado El espejo como una pieza clave en la cinematografía del director. Su exploración del pasado, la memoria y la identidad la convierten en una obra transformadora, capaz de interpelar a cualquier cinéfilo dispuesto a sumergirse en su complejidad. Aunque no es una película para todos, es una experiencia cinematográfica imprescindible para quienes buscan algo más que una narración convencional.