El diccionario de la lengua española define la palabra «tautología» de la siguiente manera: «Enunciado que, con otras palabras, repite lo mismo que ya se ha dicho, sin que aporte nueva información».
Este adjetivo resume la reciente Declaración de la IX Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un documento que se diluirá en poco tiempo por moderado, vacío y trivial, reflejando la debilidad internacional de los gobiernos que la respaldan y niegan.
Al encuentro de Tegucigalpa asistieron representantes de 33 países, entre ellos, Gustavo Petro (Colombia); Luis Arce (Bolivia) Lula da Silva (Brasil); Miguel Díaz-Canel (Cuba); Yamandú Orsi (Uruguay); Claudia Sheinbaum (México); y Bernardo Arévalo (Guatemala). Tal vez sorprendida por su convocatoria, en su rol de anfitriona, la presidenta Xiomara Castro definió la asamblea como «histórica».
Nada más lejos de la verdad.
Bajo la sombra y el temor hacia los aranceles y las políticas migratorias de Trump, la mandataria hondureña declaró que «el sueño de la unidad, de la patria grande, es hoy más urgente que nunca».
Razón no le hace falta a Castro, pero la realidad es que ninguno de los mandatarios que estuvieron presentes en la sala del Banco Central tiene el peso político para liderar esa agenda común soñada por los libertadores, promovida históricamente por la izquierda. Mucho menos ella, sin peso internacional e incapaz de marcar diferencias en su propio país.
Con las relaciones comerciales del mundo patas arriba, sumergido en una crisis migratoria y económica, se pudo pensar que la IX Cumbre de la CELAC, provocaría, al menos, alguna estrategia común en el continente. Por muy endeble que fuera. Pero de nuevo, América Latina volvió a mostrar más costillas que colmillos, una metástasis afilada por su incapacidad de enfrentar en bloque los desafíos.
La «patria grande» no es más que la perorata de una izquierda que en discurso resuena solidaria, pero que, en la práctica, intenta salvar su pellejo, al igual que sus pares de la derecha, cada uno por su lado. Será más una simple casualidad, pero Centroamérica, una península con alma de archipiélago, hospedó una declaratoria llena de florituras prestadas de la mala literatura, frágil en contenido. En realidad, la cumbre evidenció la desconexión entre los discursos y las acciones.
Xiomara habló de caminar juntos, pero olvidó recordar que, en estos tiempos, no hay quién lidere la travesía americana. Ni los mandatarios de las «potencias latinoamericanas», ni los presidentes de sus periferias tienen la capacidad o credibilidad para alzar la mano. Ni Petro, más preocupado por cerrar su mandato a flote, ni Sheinbaum con su México sumido en una guerra fratricida, ni el cada vez más agotado Lula, ni el libertario de Milei, ni el «mesías» de Bukele, son capaces de tomar el volante latinoamericano.
Si no lo hace ni en su propio país, Xiomara puede pedir prestado el micrófono pero no liderar, y no porque represente un país pequeño (ejemplo, Mujica lo fue siendo uruguayo), sino por la falta de credibilidad y respuestas que ofrece su Gobierno frente a su contexto nacional.
A diferencia de las posibles soluciones, los problemas latinoamericanos y caribeños sí son comunes. El combate contra el crimen organizado, la reducción de las desigualdades, los desafíos migratorios, el debilitamiento de las democracias, el peligroso retorno de la militarización, el asentamiento impune de la corrupción, la irrupción violenta de un nuevo orden mundial que, como siempre, amenaza con recrudecer los problemas latinoamericanos, son algunos retos colectivos.
La Declaración de la IX Cumbre de la CELAC no fue siquiera noticiosa. Los periodistas seguramente hicieron malabares para buscarle la carne a un documento desdentado. Lo acordado no solo carece de colmillos o encías, sino que es una muestra clara de que el continente perdió, en su totalidad, la brújula de sus políticas exteriores, cada vez más dirigidas desde Washington o Pekín.
Inocente y desorientada, la Declaración acordó respaldar a Haití, como si Honduras, México o Colombia, solo por citar a tres de sus firmantes, conocen lo que significa la seguridad humana y el desarrollo en sus países. Con 5600 fosas clandestinas en su territorio: ¿Qué solución puede aportar Sheinbaum sobre la Seguridad en otro país? Con el financiamiento del narcotráfico en sus campañas electorales, ¿qué consejos pueden dar Petro y Xiomara Castro para enfrentar la tragedia haitiana? Más bien, estos personajes tuvieron la osadía de pronunciarse sobre problemas afuera de sus fronteras.
Los mandatarios latinoamericanos también critican el unilateralismo de Trump, pero, lejos de sus discursos, sin importar su ideología, tampoco promueven el multilateralismo. América Latina tropieza por igual, pero separada. Es cierto que se requiere unidad y solidaridad para enfrentar el nuevo orden mundial que le cae encima a la economía como el techo de la discoteca Jet Set en Santo Domingo, pero cada país latinoamericano se ahoga en sus propios mares.
Mientras los supuestos líderes critican el unilateralismo de potencias como Estados Unidos, sus políticas exteriores siguen fragmentadas y dependientes de esos actores que, es cierto, siempre deben de permanecer externos. La unidad latinoamericana, tan mencionada en los discursos, siempre parece quedarse en estribillos contestarios de poca monta, en palabras vacías, incapaz de traducirse en acciones concretas.
Sí, los mandatarios tienen razón en decir que la IX Cumbre de la CELAC fue simbólica. Porque demostró que América Latina, donde en su mapa político prevalecen los gobiernos que se autodefinen de izquierda, son tan incapaces como la derecha, para hacer frente, en conjunto, los verdaderos desafíos de la región. El mundo asoma un nuevo tablero de juego, pero las piezas de América Latina, sin importar sus banderas, son las mismas: que cada uno salve su pellejo.
Colombia ha tomado la estafeta de la CELAC, pero eso es lo que menos le interesa a Petro. Liderar esta organización es como ocupar un curul en el PARLACEN, basta con repetir el discurso demagógico del latinoamericanismo, del centroamericanismo, ese ideal pisoteado por los gobiernos, tanto de izquierda como de derecha.
Al hablar de la unión latinoamericana, el discurso de los mandatarios del continente, es tan vacío como una canción «revolucionaria» de Calle 13.
