Por Andrea Navarro
Tegucigalpa, Honduras.
Cada 25 de enero, desde hace 70 años, recordamos que las mujeres hondureñas somos ciudadanas —podemos votar y ser votadas—, todo gracias a la lucha incansable de otras, que, como nosotras, se cansaron de ser dejadas a un lado en la construcción de sus propias vidas.
En una coyuntura como la actual, en donde los discursos de odio, anti-derechos, machistas y fascistas se apoderan de la discusión pública, no podemos olvidar que tristemente no es una novedad para las mujeres ser acatadas y menospreciadas. En Honduras, durante la primera mitad del siglo XX, era ridiculizado cualquiera que osara mencionar en el Congreso Nacional que las mujeres podrían tener la capacidad de involucrarse en la vida política del país.
En un debate por el sufragio femenino realizado en el Congreso Nacional en 1894, la negativa se debió al “… presupuesto de que el lugar de la mujer era el hogar y que, por tanto, no podía ni debía inmiscuirse en asuntos políticos y al hecho de que la violencia característica de la vida política hondureña volvía doblemente proscrita la participación de la mujer en ella” (Villars, 2001).
En las décadas siguiente la situación no cambió sustancialmente; como madres y educadoras es de la forma en que podrían contribuir las mujeres a Honduras, la idea de que “… la mujer era una extensión de la naturaleza para servir en la sociedad como extensión del brazo del marido en la obra del progreso y la civilización” (Barahona, 2016) dirigió la rotunda negativa al derecho de ciudadanía por décadas.
Pero, al mismo tiempo que las mujeres eran constantemente ignoradas e infantilizadas con respecto a sus capacidades para desenvolverse en la vida pública y política del país, pensadoras como Lucila Gamero de Medina, Argentina Díaz Lozano, Visitación Padilla, Graciela Bográn, Pacas Navas de Miralda, Clementina Suárez, Graciela García y muchas otras mujeres escribían y no pedían permiso para formar parte de vida intelectual de Honduras.
Conectadas a través de revistas, cátedras y huelgas, sus ideas sobre educación, unionismo, geopolítica, arte, sufragio y militancia política las conectaron y motivaron a seguir apoderándose de todos los lugares que eran suyos por derecho, a pesar de que las autoridades no las consideraran capaces. Las mujeres tomaban las armas cuando había que tomarlas y los libros cuando había que tomarlos; pero siempre estuvieron allí, construyendo la historia del país.
En momentos en donde aún se escucha en las calles que las mujeres no somos capaces y que no tenemos derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos, más que nunca debemos de recordar a esas mujeres que una y otra vez llevaron al Congreso Nacional su moción para obtener la ciudadanía; que no se cansaron, que hicieron redes y se aliaron entre ellas y con otros para poder lograr su objetivo.
El decreto legislativo de 1954 y el establecimiento del Día de la Mujer Hondureña en 1955 no fueron el inicio, ni mucho menos el fin, de la incansable búsqueda por el reconocimiento de derechos para las mujeres en nuestro país.
Por primera vez en Honduras haya una mujer presidenta y múltiples compañeras lancen sus candidaturas a puestos de elección pública, así como la participación de muchas otras de la vida intelectual y económica del país, es la materialización del sueño que se afianzó en 1955.
Que los abrazos y las felicitaciones no nos hagan olvidar la difícil batalla que tuvieron que dar durante décadas muchas de las más admirables mujeres hondureñas. Esa lucha debe de servirnos como aliento para seguir, por las mujeres que estamos hoy y las que vendrán mañana.