José “Pepe” Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en el barrio Paso de la Arena, en Montevideo, Uruguay. Hijo de inmigrantes vascos e italianos —Demetrio Mujica Terra y Lucy Cordano Giorello—, se convirtió en un símbolo ético y político de una izquierda austera, honesta y profundamente democrática.

Juventud y formación política
En su juventud, Mujica militó en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Fue herido de bala seis veces, encarcelado en cuatro ocasiones y logró fugarse en dos de ellas. Pasó más de una década en prisión (1972–1985), bajo condiciones inhumanas: aislado y casi sin luz.
Con el retorno de la democracia, eligió el camino del diálogo. Fundó el Movimiento de Participación Popular, fue electo senador y luego ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca (2005–2008). En 2010 asumió la presidencia de Uruguay con el Frente Amplio.
Cambiando la forma de ejercer el poder
Tras ganar las elecciones con un 54.63 % frente a Luis Alberto Lacalle, Mujica decidió no mudarse a la residencia presidencial y continuó viviendo en su modesta casa con su esposa, la exsenadora Lucía Topolansky. Donaba el 90 % de su salario a causas sociales, como la construcción de viviendas y escuelas.
“No soy pobre. Soy sobrio. Pobre es el que necesita mucho”, decía Mujica, en una de sus frases más recordadas.
Su presidencia liberó a la izquierda del dogmatismo. Gobernó bajo un modelo de socialismo democrático compatible con la libre empresa y la economía de mercado. Legalizó el matrimonio igualitario, el aborto y la marihuana; y logró reducir la pobreza del 30 % al 10 %. Además, impulsó la diversificación energética del país.
Coherencia internacional
Mujica fue crítico tanto de las dictaduras de derecha como de los excesos de ciertos gobiernos de izquierda. Mantuvo distancia con Nicolás Maduro y fue irónico pero frontal con los Kirchner, sin caer nunca en el sectarismo. Para él, el poder debía ser un instrumento de servicio, no un privilegio.
“El poder no cambia a las personas, solo revela lo que son”.
Rol en la paz de Colombia
Jugó un papel clave en el proceso de paz con las FARC en Colombia, aportando legitimidad y experiencia sin justificar la violencia. Supo estar del lado de la reconciliación sin abandonar sus convicciones.

El verdadero agente del cambio
Ateo, pero profundamente espiritual, Mujica se autodefinía como un “león herbívoro” y un “guerrillero vegetariano”. Su histórico discurso ante la ONU en 2013 —donde criticó el modelo económico global y el culto al consumo— conmovió al mundo entero.
José Mujica deja un legado inolvidable: el de un político que permaneció fiel a sus principios, aprendió a dialogar, reconoció errores y vivió con coherencia. No fue un ideólogo rígido ni un oportunista. Fue un hombre estoico, íntegro y profundamente humano.
Un referente que marcará a generaciones futuras en toda América Latina.