Cuchillos afilados y una gallina que intenta escapar de la muerte cuando van a cocinarla, un preámbulo explícito de Ciudad de Dios.
Si hay una película que inauguró el género de cine de barrio, es el clásico Ciudad de Dios, el filme de Fernando Meirelles, que muestra una realidad incómoda de la vida en las favelas de Brasil, un lugar lleno de muerte, drogas y corrupción, pero que para un joven con el sueño de convertirse en fotoperiodista, representa una oportunidad periodística.
Ciudad de Dios es un clásico de acción brasileño, basado en el libro homónimo de Paulo Lins (1997). Con un guion de Bráulio Mantovani y bajo la dirección de Fernando Meirelles y Kátia Lund, el filme se estrenó en Brasil en 2002.
La película, que tuvo un considerable impacto internacional, se convirtió en un hito del cine brasileño cuando fue nominada al Óscar en las categorías de mejor director, mejor guion adaptado, mejor fotografía y mejor montaje.
El éxito de Ciudad de Dios no solo reside en los elementos visuales, técnicos y estéticos, sino también en el duro mensaje social que transmite. Ciudad de Dios muestra un Brasil, en ese momento desconocido para todo el mundo y que pocos querían ver. Por eso, aunque fue celebrada por sus nominaciones, también representó un duro golpe para la sociedad brasileña de ese entonces. Muchos abrieron los ojos a la violencia que se vive en las favelas.
Armas, cámara y acción

La película, narrada por Buscapé, cuenta la trágica historia de los habitantes de la comunidad y también la vida del protagonista que intenta cumplir su sueño: ser fotógrafo.
Alexandre Rodrigues (Rocket) huía de la violencia. Los chicos de su edad, como Dadinho y Bené, acompañaban a los delincuentes de la región a cometer crímenes. Dadinho se convirtió en Zé Pequeño (Leandro Firmino), un peligroso bandido que tomó todos los «locales» de tráfico de droga y se convirtió en dueño de la región.
Su violencia y ansias de poder llegan al extremo con la muerte de su compañero Bené (Phellipe Haagensen), quien ayudaba a mantener la paz entre los criminales. Solitario y desesperado, Zé Pequeño intenta seducir a una mujer, esposa de Manuel Galinha (Seu Jorge), pero esta lo rechaza.
Zé Pequeño viola a una mujer frente a Mané Galinha y, después, ametralla su casa. Galinha, que había sido tirador del ejército, inicia su venganza y mata a doce hombres de la banda enemiga. Para protegerse, acaba aliándose con Cenoura, traficante de la región. Así comienza una sangrienta guerra entre facciones en la que muchos de sus soldados son niños.
Durante más de un año, hombres, jóvenes y niños son armados y arrastrados hacia el enfrentamiento, muriendo muchos por las calles de Ciudad de Dios. Rocket, el protagonista, lucha para sobrevivir en medio del caos y trabaja como repartidor de periódicos, mientras sueña con una carrera como fotógrafo.
Cuando Mané Galinha es arrestado y entrevistado en la televisión, Zé Pequeño también quiere hacerse famoso y llama a Rocket para que fotografíe a su banda exhibiendo las armas.
En una situación inesperada, el protagonista lleva las fotos a revelar al periódico y acaban siendo publicadas en portada. El joven encuentra una oportunidad: si consigue más fotos del delincuente, será contratado para trabajar en el periódico.
El grupo de Pequeño disminuye con el tiempo, y el traficante acaba reclutando a niños cada vez más jóvenes para que luchen con él. Sin dinero, roba a su traficante de armas, Tío Sam, quien trabaja para un policía corrupto. Mané Galinha muere a consecuencia de un disparo que le propina un niño que estaba malherido en el suelo.
La policía entra en la comunidad en busca del dinero. Zé Pequeño paga su deuda y Buscapé consigue fotografiar el momento en el cual el traficante acaba siendo asesinado por su propia banda, que ocupa la «boca de humo», un nuevo grupo criminal liderado y conformado por niños.
Ciudad de Dios es, sin duda, un filme inolvidable. Para algunos residentes de la comunidad, la historia perpetúa la imagen de que todos son agresivos y están envueltos en el crimen organizado.
Sin embargo, cuando nos fijamos en la película, nos damos cuenta de que busca denunciar varios problemas sociales alarmantes a los que muchos brasileños se enfrentan: la pobreza, la falta de recursos, de opciones y de oportunidades.
Fernando Meirelles y Kátia Lund consiguen mostrar al mundo este círculo de muerte y violencia del que es casi imposible escapar. Los directores explican el pasado de esos criminales y sus motivaciones, sin limitarse solo a presentar el mundo del crimen.
No obstante, esta narrativa no solo aplica a lugares como Brasil. En casi toda Latinoamérica, si no se llama favela, es barrio, bloque o sector, donde se vive una situación muy similar a la de Ciudad de Dios. Y esto no es cosa del pasado; lamentablemente, la violencia marca, en su mayoría, al continente latinoamericano.
Más que una buena película, Ciudad de Dios es un mensaje para los tomadores de decisiones de aquel entonces en Brasil, que detrás de las bellas playas de ese país se esconde una realidad llena de muerte y violencia.